top of page

La gimnasia de bothmer®

Jessie Delage

Este magnífico y poco conocido arte del movimiento permite vivir la experiencia de un  espacio organizado en tres dimensiones fundamentales: vertical, horizontal y sagital. Fue  creado por Friedrich von Bothmer en la primera escuela Waldorf, a petición de Rudolf  Steiner, para acompañar el desarrollo de los alumnos y facilitar en particular su posición  erguida, para alcanzar una verticalidad sin esfuerzo, apoyando la apertura al mundo, en un  movimiento fluido, adaptado a las circunstancias.

 

Para lograr este objetivo, era necesario desarrollar la conexión de los niños y adolescentes a  la vez con la tierra y el espacio, para que pudieran apoyarse más en ellos. El apoyo en la  tierra, sobre un suelo firme, es el más evidente. Pero Bothmer también descubrió el apoyo  que supone una relación concreta con las fuerzas del espacio, esas fuerzas que estructuran  el cuerpo humano, y que actúan de forma específica en las etapas del desarrollo del niño, y  de la vida. Percibir la influencia de estos soportes y manifestarlos de forma visible en el  movimiento fue su investigación, que desembocó en lo que llamamos Gimnasia Bothmer.

​

Se compone de una treintena de ejercicios cuyo ritmo, dinámica y forma varían en función  de la edad y de la relación con el mundo. Un niño que corre y salta por la pura alegría de  moverse, un adolescente que se encierra en sí mismo y luego se expresa en deportes  extremos, un adulto conquistador y una persona mayor con pasos vacilantes no tienen la  misma relación con el espacio. También sabemos hasta qué punto nuestro estado de ánimo  afecta a nuestra postura, nuestra capacidad para subir escaleras, o juntarnos con el entorno.

 

La práctica desarrolla una sensibilidad a las fuerzas del espacio, equilibrando la tendencia a  invertir más en una u otra dimensión, tendencia que acabará limitando nuestra capacidad de movimiento, revelando desequilibrios profundos.  

 

​

La historia

​

Desde de 1919, Fritz von Bothmer (1871-1941) intentó dar un nuevo rumbo a su vida. Oficial del ejército alemán, estaba agotado por los años de guerra y escandalizado por la exigencia  del gobierno de que el ejército reprimiera las revueltas obreras que marcaron el inicio de la República de Weimar. A través de su madre, había conocido a Rudolf Steiner, durante conferencias y reuniones privadas. Y la educación siempre le había atraído. Por eso, cuando  Rudolf Steiner le pidió que se uniera al equipo que estaba creando la primera escuela  Waldorf en Stuttgart, primero para encargarse de la educación física, se sintió llamado. Todavía no sabía lo que finalmente se le iba a pedir: crear un arte del movimiento junto a la  euritmia. Bothmer aceptó. ¡Después se dio cuenta de la magnitud de la tarea! Rudolf Steiner sólo y simplemente lo animó : "¡Sé feliz!". Pero lo dejó totalmente libre para crear.

​

Como era habitual en las grandes familias nobles de la época, Bothmer era un militar, de padre a hijo, dedicándose a la defensa de la patria. Recibió una educación humanista, rica en arte y cultura, y con un alto nivel moral. Una de sus tareas antes del estallido de la guerra era la formación de los jóvenes reclutas, algo que le gustaba mucho. Supo transmitir lo que  consideraba esencial para los jóvenes y desarrolló su capacidad pedagógica.

​

Estaba atrapado en la historia de su país. Durante la Primera Guerra Mundial, fue dado por  muerto en Verdún, y luego se salvó por de “milagro”. El sintió dolorosamente los dilemas  morales que la Segunda Guerra Mundial planteaba a un oficial de carrera. En los años 30 fue  corresponsable de la escuela de Stuttgart, tuvo que defenderla y luego se vio obligado a  cerrarla bajo el régimen nazi. Muy atormentado por lo que había sido de su país y de "su"  ejército, cayó gravemente enfermo y murió en Salzburgo en noviembre de 19411.

​

En los últimos años de su vida, tuvo tiempo para finalizar el manuscrito de su libro y pasarlo  a Gretel Krause, su alumna, que más tarde formaría a muchas personas. Este documento y la  memoria viva de los ejercicios que transmitió a sus alumnos constituyen la base de la actual  gimnasia de Bothmer.  

 

El conde Bothmer enseñó hasta el final en la escuela de Stuttgart, presentó su obra en varios  países de Europa, con demostraciones de sus alumnos. Colaboró con personalidades, entre  ellas Marie Steiner, que le invitó a Dornach para apoyar el desarrollo de la presencia del cuerpo en el emergente arte de la palabra. Puso de relieve las leyes del movimiento en un nuevo campo, el de la relación del hombre con el espacio tridimensional que lo estructura. 

 

​

El nacimiento de la gimnasia de Bothmer 

​

Cuando Bothmer se puso a trabajar, sólo contaba con el sincero aliento de Rudolf Steiner y,  por supuesto, con todo lo que podía extraer y integrar de sus enseñanzas. No se le había dado ninguna instrucción especial. Se dejaba inspirar por la observación de los alumnos a los que enseñaba educación física, por su forma de moverse, por su relación específica con el espacio, por la alegría que tenían al entrar en ciertos tipos de movimiento y menos en otros.  Supo dar forma a las dinámicas que observaba, a su movimiento espontáneo, recogiéndolas  para esculpirlas hasta su manifestación esencial.  

 

Él mismo practicaba los gestos que tenían lugar en su interior. Describió su forma específica  de hacer las cosas a Walter Stein, con quien se encontró una tarde en la sala de profesores:  "En usted, todo lleva a pensamientos; en mí, todo llega a los miembros, y va tan despacio. ¡No te puedes imaginar el tiempo que me lleva conseguir un resultado! Verás (y muestra una  posición, una rodilla al suelo, explicando de dónde viene el gesto), no tengo pensamientos". 

​

Estas secuencias cortas, que se denominan ejercicios de gimnasia Bothmer, comienzan y terminan con la posición de pie. Desde esta posición, el gesto se despliega en determinadas direcciones, en determinados planos del espacio. En el plano horizontal, por ejemplo, a la  altura de las clavículas, cada ejercicio permite explorar una forma particular de relacionarse  con este plano: concentrarlo cruzando los brazos, abrir los brazos, conectar con los demás. 

​

​

El desarrollo del movimiento en los niños

​

Los niños saltan, corren, impulsados por la alegría del movimiento. Los primeros ejercicios aprovecharán este entusiasmo torrencial y lo conducirán a través de imágenes y ritmos hacia una forma colectiva. Estos son los corros, que están destinadas a niños a partir de unos nueve años. Las imágenes, la escansión, el ritmo y el tono de la voz del profesor animan y  transportan a los niños. La clase, como un organismo vivo, estructura el corro y lo que se crea entre ellos, así como la variedad de figuras, despierta un gran placer en los niños.

​

En la siguiente etapa, pequeñas secuencias rítmicas basadas en saltos con paso de los brazos de horizontal a vertical muestran la alegría que sienten los niños al saltar juntos. Los cánones sobre ritmos simples, ejecutando figuras cada vez más abstractas, aumentan la dificultad. La imagen desaparece en favor del ritmo solo.

​

Luego vienen los juegos con bastones, palos de madera de aproximadamente un metro de largo, que los niños lanzan verticalmente, por parejas o en círculo, o que balancean horizontalmente sobre sus cabezas y hacen caer en sus manos colocadas a la espalda. El bastón encarna una dirección abstracta en el espacio. La destreza requerida, la satisfacción de los desafíos exitosos, capta la atención de los jóvenes en un estado de ánimo general, en un momento en que la relación con el cuerpo puede no ser fácil. Siempre hay una posible graduación de dificultad en los juegos de lanzamiento y equilibrio y las variaciones son infinitas, dependiendo de la agilidad de los niños.

​

Cuando se introduce la geometría en el plan escolar, en el quinto grado, los niños estudian la cultura de la antigua Grecia, cuando se crearon los Juegos Olímpicos. Los atletas celebraron la armonía del cuerpo humano y sus rendimientos. En la gimnasia, el movimiento se organiza  en torno a figuras geométricas cuya representación abstracta se favorece: el triángulo, el cuadrado, y también sus metamorfosis.

 

Cuando llega la pubertad, al final del segundo septenio, la fuerza de gravedad se impone sobre la armonía y la despreocupación de los movimientos anteriores. Los ejercicios que implican varios tipos de caídas hacen su aparición. Dejarse caer, precipitarse al espacio son experiencias muy buscadas por los adolescentes. La asunción de riesgos de los deportes extremos, como los de deslizamiento, es embriagadora. En el momento del desequilibrio, es imposible volver atrás. Hay que seguir la dinámica que se provoca. La presencia necesaria, la intensidad vivida durante esta experiencia, la convierten en un momento único.

​

Se proponen varios tipos de caídas: la caída, con el cuerpo erguido como un palo, o la caída  que se lanza al espacio, o el desplome, son diferentes formas de experimentar el vacío, y el encuentro con la resistencia del suelo después. Y a cada uno le corresponde un tipo de recuperación. Uno no se endereza de la misma manera de un colapso o de un salto voluntario al vacío. La dinámica, la experiencia durante la caída, influye en la dinámica de la vuelta a la posición de pie. La caída, sea cual sea su recuperación, siempre conduce a un paso adelante. Aparece la dimensión sagital. El movimiento se individualiza. 

​

En los grados superiores, los jóvenes, y luego en la edad adulta, el movimiento se hace más consciente. Se aclaran e interiorizan los planos frontal, horizontal y sagital. El paso de uno a otro adquiere todo su sentido, con las metamorfosis que conlleva. El gesto invita a una relación más invertida en el espacio tridimensional. 

​

Se puede hacer hincapié en cierta dimensión, o un plano, para explorar su esencia. El encierro puede experimentarse, por ejemplo, cuando el movimiento pasa de una gran apertura de los brazos, a una intensa concentración, cuando el cuerpo se recoge, cuando las manos se pliegan. Y cuando se abren de nuevo al infinito, aparece una nueva postura, enriquecida por la experiencia realizada.

​

En la progresión de los ejercicios, la relación entre arriba y abajo evoluciona. Encontrar el  equilibrio entre los dos, respirar en este espacio, sentir sucesivamente el paso del peso hacia el suelo y el enderezamiento en la altura... todas estas experiencias se perciben de manera  diferente según la edad y la madurez. Hacia el final del ciclo, los polos se equilibran, el gesto se ralentiza. Abierto al espacio, necesita menos de su polaridad, el cierre, para encontrarse a sí mismo. El ritmo se calma hasta volverse casi regular, sin demasiados impulsos. El cuerpo, menos solicitado en su fuerza, su velocidad o su amplitud articular, se convierte más en un órgano de percepción, autorizando una relación con el mundo que es menos en el hacer y  más en el escuchar. 

​

Así, los últimos ejercicios del ciclo son verdaderas meditaciones y pueden practicarse a una edad avanzada, sin requerir ninguna habilidad particular. La gimnasia ha educado nuestra capacidad de dejar que el movimiento venga de la periferia, entrenando el cuerpo.

 

La progresión en el corpus de esta gimnasia la convierte en un verdadero arte pedagógico y  biográfico, porque se basa tanto en las etapas del desarrollo de la motricidad, del dominio  del ser del movimiento, como en las múltiples variantes de la experiencia que el hombre  hace de su relación con el espacio en el curso de su vida.

​

En la gran belleza del gesto, aparece su exactitud.  

 

 

Los planos del espacio

​

Inspiraciones 

La investigación del señor Bothmer se ha nutrido de la obra de Rudolf Steiner, que enriquece nuestro conocimiento de las realidades del mundo, por supuesto en el ámbito de la educación, pero también en el sentido de una ciencia que incluye en su investigación la dimensión del espíritu. La geometría, por ejemplo, se ve revitalizada por la observación del espacio humano, cuyas dimensiones no son sólo realidades físicas y matemáticas, sino que también son relativas a nuestra experiencia del mismo.

 

El ser humano no tiene la misma relación con el mundo que el animal. Por la conciencia que puede desarrollar, por supuesto, pero también por su forma corporal erguida, que orienta un espacio ortogonal, y por sus manos, libres de soporte, no especializadas, y que pueden adaptarse a mil usos, vive, por el hecho mismo de su constitución, arriba y abajo, la derecha y la izquierda, lo delante y lo detrás, tres polaridades. Para él, el espacio es tridimensional.

​

¡Steiner señala en varias ocasiones que no es indiferente que nuestra cabeza esté arriba, que tengamos una simetría física derecha-izquierda, que nuestros brazos puedan abrirse horizontalmente, que el cuerpo se incline hacia delante cuando está sometido a la gravedad, que lo que comemos llegue al frente por arriba y que la digestión termine por atrás-abajo!

​

Así, en la estatura y la experiencia humanas se manifiestan tres planos, cada uno de los cuales constituye la interfaz entre dos espacios polares: 

Entre el espacio frente y atrás, el plano frontal separa lo que vemos de lo que no vemos. La  trayectoria de las manos hacia arriba, si se detiene en este plano, con las palmas hacia delante. La vertical subyace al plano frontal. Éste, al equilibrar la parte delantera y la trasera,  nos endereza. Atraviesa la columna vertebral y sostiene el esqueleto. Da al ser humano su dignidad, su derecho a existir. Ocupar un lugar en este plano es irradiar, de forma natural. Un personaje real lleva una prenda que amplía esta dimensión. Imagen de nuestra majestad, con las fuerzas de voluntad, este plano es el único que no compartimos con el reino animal.

​

Entre arriba y abajo, el plano horizontal se abre al entorno. Los ejercicios ahí exploran la relación entre el espacio interior del tórax, el espacio de los ritmos respiratorio y circulatorio y el espacio que nos rodea. Este plano está más o menos a la misma altura en todos los seres humanos. Paralelo al suelo, lo compartimos, como compartimos nuestra pertenencia a la tierra. Allí, a nuestro alrededor están los demás, la naturaleza, el espacio vital con el que interactuamos a diario. Es en este nivel en el que experimentamos el mundo, el otro, a través de una apertura o un estrechamiento del pecho, donde se elaboran nuestros sentimientos, nuestra experiencia interior. Y en el infinito, hay una línea, ficticia pero visible: el horizonte, que inspira el gesto. Entre ella y Yo, se encuentra la belleza del mundo.

​

Entre la derecha y la izquierda está el plano sagital, el que corta. Es abriéndonos simultáneamente a la derecha y a la izquierda como podemos comparar, sopesar, evaluar. Apoyar este equilibrio es también darnos la capacidad de discernir. Distinguir lo verdadero de lo falso, juzgar, ¿no es la actividad permanente del pensamiento?

​

La dirección sagital, que subyace en este plano, es la de la mirada. Por delante está la meta, aún no alcanzada. Dejar que esta meta venga a nosotros, dejar que lo que nos espera se manifieste, es una actividad desarrollada por ciertos ejercicios. Hay una sagital voluntaria y activa, la del paso, hacia el frente, y una sagital más acogedora, que va del frente hacia nosotros, que da sentido a las acciones pasadas y nos permite vivir una relación armoniosa  con nuestro futuro.

 

Los planos son fronteras entre dos calidades de espacio. Son interfaces, superficies infinitas. La frontera es el lugar del límite, pero también el lugar del encuentro, de elementos por ella diferenciados, identificados como individualidades separadas, que se unen para alimentar lo vivo en las actividades del hombre, la voluntad, el sentimiento y el pensamiento.

 

En los planos las polaridades están relacionadas. Somos los portadores de la paradoja y de  su resolución: es posible percibir al mismo tiempo lo alto y lo bajo, lo de delante y lo de detrás, lo de la derecha y lo de la izquierda. Esta facultad, específica del ser humano, equilibra los opuestos, y este cura.  

​

Nuestra experiencia del movimiento  

​

La estructura articular, respondiendo a la ortogonalidad de los planos, limita ciertos recorridos y permite otros. Por ejemplo, el gesto de las manos que describe el plano frontal, con las palmas hacia delante, obliga a una gran apertura de la articulación del hombro si queremos mantener este plano vertical hasta la parte superior de la cabeza, manteniendo así la flexibilidad articular. Y repetidos, todos los ejercicios dinamizan la musculatura y los sistemas respiratorio y cardiovascular. En los niños y adolescentes acompaña la formación de su cuerpo físico, y en los adultos, lo mantiene. En esto, es una verdadera gimnasia.

​

De pie, el peso se distribuye a través de nuestros apoyos en el suelo. Este recorrido, vertical por definición, se realiza, a diferencia del animal, dentro del volumen corporal. Y la solidez del suelo devuelve a través del esqueleto una fuerza que endereza. Dar peso al soporte, dejar que la gravedad actúe confiando en la tierra, fortalece el esqueleto, estimulando su calcificación. Una de las primeras consecuencias de la vida en ingravidez es la desmineralización, que puede provocar una grave osteoporosis en los astronautas. Se puede ver en la estructura del hueso, el recorrido de las líneas de fuerza, en las trabéculas óseas organizadas para ello. La gimnasia los fortalece. 

​

Otro aspecto es la experiencia de un movimiento que tiene su centro en la periferia. Las palabras de Rudolf Steiner cuestionan. Cómo hacer que el gesto venga de la periferia. El parte de la punta de los dedos, o mejor, de la extensión de los dedos en el espacio, y mejor aún del infinito o más bien de nuestro pensamiento del infinito. Así, la recepción de las fuerzas formativas de nuestra estructura corporal es posible porque vamos hacia el espacio, y recibimos el movimiento. Este doble movimiento de hacer y recibir es una búsqueda constante para llenarnos de las fuerzas provenientes de nuestro propio movimiento. 

​

Este aspecto es central para liberarnos por segunda vez del peso: además de hacernos transparentes a la gravedad para que la tierra reciba nuestro peso, está el de dejar que el  contra-movimiento venga del espacio, o del contra-espacio, que los dedos movilicen los  hombros, por así decirlo, y no lo contrario. Entonces, cuando buscamos la precisión del  ejercicio, nos basamos directamente en el mundo de las fuerzas formativas, porque la forma  que sigue es la que lo permite más directamente. Así es como trabajaba Bothmer.

​

​

En la terapia

​

Lo que acabamos de ver explica cómo la gimnasia de Bothmer puede estar al servicio de la salud e incluso puede considerarse una terapia en sí misma. G. Krause, alumna de Bothmer, que me formó, respondió a la pregunta de si la gimnasia Bothmer era terapéutica: "Ja, aber das ist keine Krankengymnastik". No puede considerarse una gimnasia de rehabilitación. Lo que cura es el propio movimiento, que aborda diferentes niveles del ser, y permite una adecuación entre el cuerpo físico y el mundo espiritual, a través del movimiento mismo y la calidad de su ejecución.

​

Basta con practicarla para nutrirse de ella. Como todas las disciplinas artísticas, implica la voluntad. Y es un ejercicio físico, como hemos visto, por tanto higiénico en sí mismo. Pero además, cualquier dificultad psíquica, se refleja en la postura y en el movimiento, entonces, la gimnasia Bothmer pone de manifiesto nuestras facilidades, nuestras resistencias. La dificultad para ejecutar, para memorizar las secuencias, revela ciertas tendencias. Al mismo tiempo, en función de los ejercicios propuestos, nos ofrece la posibilidad de equilibrarlos.

 

 

Polaridades - Patologías  

 

Cualquier patología puede verse como una tendencia a la unilateralidad, al desequilibrio entre los dos miembros de una misma polaridad. A todos los niveles. Así es como la medicina antroposófica aborda la naturaleza de la enfermedad, y cuando vemos lo mucho que exige el equilibrio, comprendemos lo curativa que puede ser la gimnasia Bothmer.

​

La relación viva entre los polos (abajo/arriba, por ejemplo) es una búsqueda constante que se hace repitiendo la secuencia, tratando de habitarla cada vez como si fuera la primera. En la gimnasia, los polos son las direcciones del espacio, y así podemos ver las patologías: ¿qué significa estar demasiado alto? ¿Demasiado adentro, demasiado afuera, demasiado adelante o demasiado atrás? Sin sistematizar las correspondencias que nos encerrarían en un punto de vista reductor, la práctica permite a cada persona tomar conciencia de sus propias tendencias. Es fácil ver directamente las de otra persona, o detectar, por las dificultades encontradas, las nuestras. Es una parrilla de lectura fértil y fascinante.

​

Algunos ejercicios serán más fáciles que otros. Como hemos visto, el cuerpo físico tiene límites naturales. Con la edad, o la patología, la capacidad de movimiento se reduce: las articulaciones pierden su flexibilidad, los músculos su fuerza o su dinamismo, el sentido del equilibrio disminuye, surgen dolores, tensiones, rigidez. Y los lugares del cuerpo donde  aparecen estas limitaciones también son informativos, si aprendemos a mirarlos en un contexto más global: ¿qué es un pie? ¿Para qué sirve un codo?

​

​

Lo que cura

​

Los planos son espacios entre dos realidades perceptibles para el ser humano. Se establecen por sí mismos en su experiencia del espacio que depende, como hemos visto, de su constitución física: está hecho para ser vertical, para poder abrir los brazos al mundo y para avanzar mirando y caminando. La estatura humana hace visibles estas tres dimensiones, que "sólo" necesitamos equilibrar, y buscar las fuerzas de los planos es profundamente beneficioso. Los ejercicios son suficientemente numerosos y diferenciados para ofrecer un amplio abanico de posibilidades que abarcan todos los aspectos de una “biografía” de la relación con el espacio. Son suaves o dinámicos, nos llevan al entorno, o hacia abajo, hacia las alturas... Son paisajes del alma, objetivados por el movimiento en un cuerpo que funciona de forma completa y diversificada.

​

La gimnasia Bothmer refuerza la voluntad a través del movimiento, que, como en cualquier terapia artística, es un elemento fundamental de su acción. Y su fuerza actúa: El hueso se utiliza como soporte.  

La amplitud articular se va abriendo a medida que avanza la práctica. La búsqueda del tono y la dinámica adecuados afina y fortalece la musculatura. La exactitud de las posiciones en el espacio, la objetividad de la forma, un ritmo orgánico, se encuentran no sólo por imitación, sino sobre todo por sentimiento, en un esfuerzo moral.

​

La delicadeza de la percepción del espacio ejercita el sentido del tacto y estimula la piel. Yo y el mundo, el mundo y yo. Tú y yo, tú y yo. Estoy en la tierra, abriéndome a mi futuro.

 

Y el gesto se vuelve bello, de una belleza que está más allá de la precisión, bello porque se crea a sí mismo en nosotros, cuando hacemos el esfuerzo de descubrir los planos del espacio, fundadores de la forma, procedentes de las fuerzas de vida. 

​

​

En conclusión  

​

Dejarse mover por un pensamiento correcto del espacio etérico requiere al mismo tiempo la sensibilidad del gesto de las manos, en un cuerpo disponible y un conocimiento claro del ejercicio. Esta forma de acoger las dimensiones vivas del espacio supone una intensa actividad de observación, una concentración que la convierte en una verdadera meditación.

 

Si el Conde Bothmer creó primero esta gimnasia para los niños, lo hizo con un conocimiento tan profundo e intuitivo de la constitución humana y del movimiento, que al practicarla como adulto, o incluso al observarla, tenemos la posibilidad de conectarnos con las fuerzas  formativas del espacio, y por tanto con el mundo etérico, para penetrar cada vez más  profundamente en los misterios de la curación, los misterios de lo vivo.

​

1 Ver la Biographia de Bothmer. Editorial Punto Rojo. 2019.

bottom of page